lunes, 3 de diciembre de 2012

3 de Diciembre de 2012

Epílogo

El expolio se ha consumado. El patrimonio de las cajas le ha sido sustraído a sus propietarios: Las clases populares.

Este expolio se ha perpetrado con luz y taquígrafos, con la connivencia de la práctica totalidad de fuerzas políticas y sociales. Cuando algunas han tomado conciencia del error y han querido reaccionar, ha sido demasiado tarde.

El drama no es sólo la pérdida de puestos de trabajo en el sector. Con toda la importancia que tiene para los afectados, hay consecuencias mucho más graves. Se pierden muchos más puestos de trabajo de empresas participadas, subcontratas, trabajos de mantenimiento y oficios varios. Todos ellos están pasando desapercibidos a la opinión general. Sencillamente, parecen no existir, parecen no tener derechos.

Con todo, no es el problema mayor. La cuestión fundamental es el uso que una minoría privilegiada ha hecho de un patrimonio social inmenso para lucrarse hasta extremos inimaginables. No contentos con la descapitalización de las cajas, forzaron en casi todos los casos su endeudamiento para seguir alimentando la hoguera de la especulación inmobiliaria. Al estallar la burbuja, no sólo se han perdido las inversiones efectuadas, gran parte a través de empresas participadas creadas a tal fin, sino que las entidades han quedado fuertemente endeudadas. Al no poder hacer frente a esas deudas, la opción ha sido inyectar dinero público convirtiendo en deuda pública lo que era deuda privada.

Así completan un expolio perfecto: Se apropian de un patrimonio social, destruyen un inmenso número de puestos de trabajo, generan un endeudamiento gigantesco que convierten en deuda pública y, en el colmo del cinismo, utilizan recursos económicos de las cajas en las maniobras de privatización de la sanidad y educación públicas.

Algún día se estudiará esta etapa de la economía española en las facultades de ciencias económicas y empresariales como ejemplo del expolio perfecto: Con los recursos financieros de la mayoría de la población, se alimenta una gigantesca burbuja inmobiliaria. Cuando los recursos se agotan, fuerzan un endeudamiento dantesco para mantener la burbuja. No es palabrería: La deuda de las empresas españolas, financieras o no, es el doble de la suma de la deuda familiar y la deuda pública.  Cuando la burbuja estalla, deja tras de sí una legión de ciudadanos endeudados de forma brutal que no pueden hacer frente a sus compromisos de pago porque han perdido sus puestos de trabajo y quedan hipotecados por partida triple: Por las deudas que no pueden afrontar, por los ingresos que dejan de percibir y por la deuda pública a la que han de hacer frente como ciudadanos, porque se ha transferido al estado la responsabilidad de pagar el endeudamiento de las entidades financieras. Parafraseando a Winston Churchill, en la historia de los conflictos humanos nunca tan pocos robaron tanto a tantos. A fin de cuentas, ha sido una guerra económica y la hemos perdido.